Ser joven en Cuba: entre el rap, el escepticismo y la Revolución
La mayoría de los jóvenes reconocen los valores revolucionarios, pero están cansados del discurso político. Piden mayores libertades sociales y económicas. Creen que con Raúl Castro no habrá cambios.
Clarin
Gustavo Sierra
El ron pasa de mano en mano y los chicos de la calle Neptuno en Centro Habana van "calentando el pico". Hablan sin parar. Son seis trabajadores de entre 23 y 25 años. Tres son negros, dos mulatos y uno blanco. Todos tienen el secundario y algunos terminaron carreras terciarias. Todas las tardes, cuando vuelven del trabajo, se juntan en la esquina "a ver qué inventamos". El Ron Planchao, Silver Dry que va de boca en boca, viene en una cajita de cartón de 250 milímetros y se consigue a 1,10 peso convertible (1,35 dólar), el más barato del mercado. "El que inventa mejor ese día, paga el ron", explica Dismel con una sonrisa que casi le cubre toda su cabeza rapada.
—¿Qué futuro ven para ustedes acá en Cuba?
—Ninguno —es la palabra que repiten los seis.
"Esto era el paraíso para nuestros abuelos y se convirtió en un infierno para nosotros", larga Alex. "Bueno, chico, no pa'tanto. ¡Es un infierno con playas y muchachas!", responde Reinier. "Si, es un paraíso con rejas", termina Alejandro.
El principal problema de estos chicos y muchos otros con los que conversé durante dos semanas en Cuba es el de la brecha que se está creando entre los que tienen acceso al peso convertible fuerte (CUC) y que se cotiza como un euro, a 1,10 dólar por unidad, y los que no tienen esa oportunidad. Miles de jóvenes profesionales dejaron sus carreras para trabajar en el sector del turismo, donde se consiguen los CUC. Y otros miles (un 30-40% de la población, según estimaciones) viven con el empobrecido peso cubano que se cotiza a 25 unidades por dólar. El otro problema que todos señalan es el de la falta de libertades. "Mira, aquí se puede hacer todo hasta que viene uno y te corta. Te tiran la muela (te engañan)", comenta Miquel. Pero nadie planteó un cambio de sistema político.
Para el segundo secretario de la Juventud Comunista, que representa a más de un millón de jóvenes de la isla, Orlando Yero Travieso, "la esencia de la Revolución es no conformarnos y plantear todos los temas, pero hay muchos muchachos que están muy mal acostumbrados. Reciben todo, tienen educación, salud y comida gratis, y no saben apreciar lo que tienen".
—Pero los chicos no pueden viajar afuera, no tienen acceso a Internet, no tienen para comprar las zapatillas de moda que se venden libremente en las tiendas.
—La raíz de todo está en el bloqueo criminal al que nos condena Estados Unidos. El acceso a Internet lo vamos a resolver con una conexión a través de Venezuela, porque al cable más cercano que pasa por el Caribe no nos dejan acceder. Viajar, pueden hacerlo si se esmeran, si hacen deportes, si estudian. ¿Por qué van a viajar si no hicieron nada para merecérselo? Y las zapatillas de 100 dólares no son necesarias. Pueden tener otras muy buenas por un dólar —es la respuesta de Yero Travieso.
Los universitarios no parecen discrepar demasiado de los chicos trabajadores. A Daymaris, una estudiante de medicina, la encuentro cerca de la facultad. "A la Revolución le tenemos que agradecer la posibilidad que nos da de estudiar gratis. Mi abuelo era un guajiro (campesino), mi padre fue un trabajador industrial y yo voy a ser una médica.
Eso no se consigue en tres generaciones en cualquier país. Pero para llegar a este punto hubo que hacer mucho sacrificio. Todos hicimos grandes sacrificios. Yo era pequeña, pero me acuerdo de la falta de comida, electricidad, transporte, todo. Bueno, ahora nosotros queremos vivir mejor. Tiene que haber una vida mejor. Estamos bien agradecidos pero creemos que tenemos el derecho a estar mejor.¿Con Raúl? ¡Pero si aquí no ha cambiado nada!", me cuenta Daymaris mientras caminamos hacia la calle 23, donde tendrá que esperar "la guagua" (el colectivo) para regresar a su casa en el barrio de Playa.
La música es una de las vías de escape de estos chicos. En Cuba, la música brota hasta de entre las piedras de la antigua fortaleza habanera. Miles de grupos de salsa, boleros y trova actúan cada día en bares, restaurantes, hoteles. Pero los más chicos prefieren el rap, el hip-hop y el ahora inmensamente popular reggaeton. En uno de los auditorios del Teatro Nacional, con una magnífica vista a la Plaza de la Revolución se presenta Anónimo Consejo, un grupo de hip-hop que tiene casi diez años de rodar. Hay más de 400 chicos que intentan conseguir una entrada de 3 pesos convertibles (3,60 dólares). Kokino y Sakoú, los integrantes, cantan-dicen que "así no vale, quítate la máscara, no me oprimas más" y hablan de las dificultades de viajar al trabajo, contra la guerra, el valor de ser negro. "Nosotros lo empezamos a hacer en la calle, en mi barrio. Hacíamos grabaciones caseras y las pasábamos a nuestros amigos y un día nos animamos a presentarnos para grabar en el estudio oficial. Nos sorprendió que nos dieran un pequeño espacio. Y eso es lo que la gente quiere: expresarse. El hip-hop o el rap son perfectos para esto", me cuenta Kokino mientras su productor y el responsable del teatro se aseguran de que no vaya a tomar una sola foto por "razones de seguridad".
Exactamente al lado del teatro, en un salón llamado Mi Habana, en ese mismo momento se realiza otro tipo de fiesta. Es una "peña" de estudiantes de la Facultad de Ingeniería. Ahí la música es sólo reggaeton con gran influencia puertorriqueña. Escuchan a Gente de Zona, EdyK y Clan5-3-7. Me encuentro con tres chicos que siguen en la puerta porque están haciendo una reventa de entradas. "Es la única manera de hacernos unos pesos. Las compramos a 1 CUC (1,20 dólar) y la vendemos a 3. Inventamos. Si no, no podemos venir", dice Asdrúbal mientras su mirada sigue a tres rubias que acaban de bajar de un Ford 58 convertible para venderles entradas. "Yo hago trabajo social, ahora estamos entregando unos televisores en color para reemplazar a los antiguos soviéticos en blanco y negro. Pero lo que gano no me alcanza para nada. Son 5 dólares y acá tengo que pagar un dólar por una cerveza", continúa Dayton. "Y éstas son las mejores peñas, las chicas de Ingeniería son las mejores. Hay que inventar cualquier cosa para venir. ¿De política? ¡Noooo! Ya estamos hasta la gorra de política", remata Miquel, un chico alto, bien formado, que viste una remera de última onda que le mandó un primo desde Miami.
El rock está un poco más institucionalizado y se puede escuchar en conciertos que se organizan en la denominada Tribuna Antiimperialista, levantada frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos, y que termina en una verdadera barrera de mástiles y banderas negras colocadas por el gobierno para tapar un cartel luminoso desde el que Washington quiere hacer propaganda contra el régimen. Allí también se presentaron grupos de rap como Los Aldeanos y Las Crudas. Este último es un grupo formado todo por chicas y alguien me dice que lograron salir y están rapeando en Texas.
La otra gran preocupación de los jóvenes intelectuales es el acceso a Internet y un regreso de los represores del denominado "Quinquenio Gris". El embargo estadounidense impide que Cuba se enganche en el cable de fibra óptica submarino de Internet que pasa muy cerca de la isla. Todas las comunicaciones se hacen por satélite y con un ancho de banda reducido. Las expectativas están ahora puestas en un acuerdo firmado en enero entre Cuba y Venezuela para instalar un cable submarino entre La Habana y Caracas. "Si estudias en un politécnico informático tienes acceso gratis a Internet, de lo contrario dependes de si en tu trabajo hay una computadora conectada. En las casas, casi nadie tiene", me cuenta Adriana, una chica de 17 años que se prepara para entrar a la universidad. No hay cibercafés, en los hoteles se paga 10 dólares la hora de conexión y un servicio privado cuesta 1.300 dólares al mes.
El otro asunto, el de la reaparición en la televisión de algunos de los más funestos funcionarios del área cultural de los años 70, cuando cientos de actores, escritores, músicos y artistas plásticos fueron perseguidos y expulsados de sus trabajos por ser homosexuales o no cumplir con "los parámetros revolucionarios". Todo comenzó el 5 de enero, cuando en Cubavisión le hicieron un homenaje a Luis Pavón Tamayo, que había presidido el Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1976, famoso por ser uno de los que prohibió la música de Los Beatles en la isla. Una situación que creó el ambiente en el que se desarrolla la famosa película "Fresa y Chocolate". Pero esta vez los intelectuales, jóvenes o víctimas de aquella época, se levantaron y firmaron una carta abierta. Hubo unas ciertas disculpas públicas y pareciera que el clima retrógrado sería una rápida nube gris por encima de la bahía habanera.
Allí, en el Malecón, es donde cada noche —en especial, viernes y sábado— se reúnen miles de chicos para tomar unas cervezas o ron y armar algún plan. La mayoría de las veces, el plan es seguir allí tomando algo de fresco y olvidando que no tienen los 5 CUC's (6 dólares) para entrar en una discoteca. "A mí me da coraje que puedan ir a bailar sólo esos 'yumas', los viejos pelados turistas y las chicas nuestras que los acompañan. Esos son los únicos que pueden invitar y mi negrita se va con ellos", cuenta Ismaíl, bastante amargado. "¿Y qué quieres tú, chico? ¿¡Que nos quedemos a aburrirnos contigo aquí!?", lo desafía su amiga Mariela. Hablamos de la posibilidad de cambios, de la comparación con otros chicos latinoamericanos o sus primos de Miami. Todos son muy escépticos.
—¿Dónde está el futuro?
—Para aiá —me dice Ismail señalando el mar profundo que los puede trasladar a otras costas.
El ron pasa de mano en mano y los chicos de la calle Neptuno en Centro Habana van "calentando el pico". Hablan sin parar. Son seis trabajadores de entre 23 y 25 años. Tres son negros, dos mulatos y uno blanco. Todos tienen el secundario y algunos terminaron carreras terciarias. Todas las tardes, cuando vuelven del trabajo, se juntan en la esquina "a ver qué inventamos". El Ron Planchao, Silver Dry que va de boca en boca, viene en una cajita de cartón de 250 milímetros y se consigue a 1,10 peso convertible (1,35 dólar), el más barato del mercado. "El que inventa mejor ese día, paga el ron", explica Dismel con una sonrisa que casi le cubre toda su cabeza rapada.
—¿Qué futuro ven para ustedes acá en Cuba?
—Ninguno —es la palabra que repiten los seis.
"Esto era el paraíso para nuestros abuelos y se convirtió en un infierno para nosotros", larga Alex. "Bueno, chico, no pa'tanto. ¡Es un infierno con playas y muchachas!", responde Reinier. "Si, es un paraíso con rejas", termina Alejandro.
El principal problema de estos chicos y muchos otros con los que conversé durante dos semanas en Cuba es el de la brecha que se está creando entre los que tienen acceso al peso convertible fuerte (CUC) y que se cotiza como un euro, a 1,10 dólar por unidad, y los que no tienen esa oportunidad. Miles de jóvenes profesionales dejaron sus carreras para trabajar en el sector del turismo, donde se consiguen los CUC. Y otros miles (un 30-40% de la población, según estimaciones) viven con el empobrecido peso cubano que se cotiza a 25 unidades por dólar. El otro problema que todos señalan es el de la falta de libertades. "Mira, aquí se puede hacer todo hasta que viene uno y te corta. Te tiran la muela (te engañan)", comenta Miquel. Pero nadie planteó un cambio de sistema político.
Para el segundo secretario de la Juventud Comunista, que representa a más de un millón de jóvenes de la isla, Orlando Yero Travieso, "la esencia de la Revolución es no conformarnos y plantear todos los temas, pero hay muchos muchachos que están muy mal acostumbrados. Reciben todo, tienen educación, salud y comida gratis, y no saben apreciar lo que tienen".
—Pero los chicos no pueden viajar afuera, no tienen acceso a Internet, no tienen para comprar las zapatillas de moda que se venden libremente en las tiendas.
—La raíz de todo está en el bloqueo criminal al que nos condena Estados Unidos. El acceso a Internet lo vamos a resolver con una conexión a través de Venezuela, porque al cable más cercano que pasa por el Caribe no nos dejan acceder. Viajar, pueden hacerlo si se esmeran, si hacen deportes, si estudian. ¿Por qué van a viajar si no hicieron nada para merecérselo? Y las zapatillas de 100 dólares no son necesarias. Pueden tener otras muy buenas por un dólar —es la respuesta de Yero Travieso.
Los universitarios no parecen discrepar demasiado de los chicos trabajadores. A Daymaris, una estudiante de medicina, la encuentro cerca de la facultad. "A la Revolución le tenemos que agradecer la posibilidad que nos da de estudiar gratis. Mi abuelo era un guajiro (campesino), mi padre fue un trabajador industrial y yo voy a ser una médica.
Eso no se consigue en tres generaciones en cualquier país. Pero para llegar a este punto hubo que hacer mucho sacrificio. Todos hicimos grandes sacrificios. Yo era pequeña, pero me acuerdo de la falta de comida, electricidad, transporte, todo. Bueno, ahora nosotros queremos vivir mejor. Tiene que haber una vida mejor. Estamos bien agradecidos pero creemos que tenemos el derecho a estar mejor.¿Con Raúl? ¡Pero si aquí no ha cambiado nada!", me cuenta Daymaris mientras caminamos hacia la calle 23, donde tendrá que esperar "la guagua" (el colectivo) para regresar a su casa en el barrio de Playa.
La música es una de las vías de escape de estos chicos. En Cuba, la música brota hasta de entre las piedras de la antigua fortaleza habanera. Miles de grupos de salsa, boleros y trova actúan cada día en bares, restaurantes, hoteles. Pero los más chicos prefieren el rap, el hip-hop y el ahora inmensamente popular reggaeton. En uno de los auditorios del Teatro Nacional, con una magnífica vista a la Plaza de la Revolución se presenta Anónimo Consejo, un grupo de hip-hop que tiene casi diez años de rodar. Hay más de 400 chicos que intentan conseguir una entrada de 3 pesos convertibles (3,60 dólares). Kokino y Sakoú, los integrantes, cantan-dicen que "así no vale, quítate la máscara, no me oprimas más" y hablan de las dificultades de viajar al trabajo, contra la guerra, el valor de ser negro. "Nosotros lo empezamos a hacer en la calle, en mi barrio. Hacíamos grabaciones caseras y las pasábamos a nuestros amigos y un día nos animamos a presentarnos para grabar en el estudio oficial. Nos sorprendió que nos dieran un pequeño espacio. Y eso es lo que la gente quiere: expresarse. El hip-hop o el rap son perfectos para esto", me cuenta Kokino mientras su productor y el responsable del teatro se aseguran de que no vaya a tomar una sola foto por "razones de seguridad".
Exactamente al lado del teatro, en un salón llamado Mi Habana, en ese mismo momento se realiza otro tipo de fiesta. Es una "peña" de estudiantes de la Facultad de Ingeniería. Ahí la música es sólo reggaeton con gran influencia puertorriqueña. Escuchan a Gente de Zona, EdyK y Clan5-3-7. Me encuentro con tres chicos que siguen en la puerta porque están haciendo una reventa de entradas. "Es la única manera de hacernos unos pesos. Las compramos a 1 CUC (1,20 dólar) y la vendemos a 3. Inventamos. Si no, no podemos venir", dice Asdrúbal mientras su mirada sigue a tres rubias que acaban de bajar de un Ford 58 convertible para venderles entradas. "Yo hago trabajo social, ahora estamos entregando unos televisores en color para reemplazar a los antiguos soviéticos en blanco y negro. Pero lo que gano no me alcanza para nada. Son 5 dólares y acá tengo que pagar un dólar por una cerveza", continúa Dayton. "Y éstas son las mejores peñas, las chicas de Ingeniería son las mejores. Hay que inventar cualquier cosa para venir. ¿De política? ¡Noooo! Ya estamos hasta la gorra de política", remata Miquel, un chico alto, bien formado, que viste una remera de última onda que le mandó un primo desde Miami.
El rock está un poco más institucionalizado y se puede escuchar en conciertos que se organizan en la denominada Tribuna Antiimperialista, levantada frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos, y que termina en una verdadera barrera de mástiles y banderas negras colocadas por el gobierno para tapar un cartel luminoso desde el que Washington quiere hacer propaganda contra el régimen. Allí también se presentaron grupos de rap como Los Aldeanos y Las Crudas. Este último es un grupo formado todo por chicas y alguien me dice que lograron salir y están rapeando en Texas.
La otra gran preocupación de los jóvenes intelectuales es el acceso a Internet y un regreso de los represores del denominado "Quinquenio Gris". El embargo estadounidense impide que Cuba se enganche en el cable de fibra óptica submarino de Internet que pasa muy cerca de la isla. Todas las comunicaciones se hacen por satélite y con un ancho de banda reducido. Las expectativas están ahora puestas en un acuerdo firmado en enero entre Cuba y Venezuela para instalar un cable submarino entre La Habana y Caracas. "Si estudias en un politécnico informático tienes acceso gratis a Internet, de lo contrario dependes de si en tu trabajo hay una computadora conectada. En las casas, casi nadie tiene", me cuenta Adriana, una chica de 17 años que se prepara para entrar a la universidad. No hay cibercafés, en los hoteles se paga 10 dólares la hora de conexión y un servicio privado cuesta 1.300 dólares al mes.
El otro asunto, el de la reaparición en la televisión de algunos de los más funestos funcionarios del área cultural de los años 70, cuando cientos de actores, escritores, músicos y artistas plásticos fueron perseguidos y expulsados de sus trabajos por ser homosexuales o no cumplir con "los parámetros revolucionarios". Todo comenzó el 5 de enero, cuando en Cubavisión le hicieron un homenaje a Luis Pavón Tamayo, que había presidido el Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1976, famoso por ser uno de los que prohibió la música de Los Beatles en la isla. Una situación que creó el ambiente en el que se desarrolla la famosa película "Fresa y Chocolate". Pero esta vez los intelectuales, jóvenes o víctimas de aquella época, se levantaron y firmaron una carta abierta. Hubo unas ciertas disculpas públicas y pareciera que el clima retrógrado sería una rápida nube gris por encima de la bahía habanera.
Allí, en el Malecón, es donde cada noche —en especial, viernes y sábado— se reúnen miles de chicos para tomar unas cervezas o ron y armar algún plan. La mayoría de las veces, el plan es seguir allí tomando algo de fresco y olvidando que no tienen los 5 CUC's (6 dólares) para entrar en una discoteca. "A mí me da coraje que puedan ir a bailar sólo esos 'yumas', los viejos pelados turistas y las chicas nuestras que los acompañan. Esos son los únicos que pueden invitar y mi negrita se va con ellos", cuenta Ismaíl, bastante amargado. "¿Y qué quieres tú, chico? ¿¡Que nos quedemos a aburrirnos contigo aquí!?", lo desafía su amiga Mariela. Hablamos de la posibilidad de cambios, de la comparación con otros chicos latinoamericanos o sus primos de Miami. Todos son muy escépticos.
—¿Dónde está el futuro?
—Para aiá —me dice Ismail señalando el mar profundo que los puede trasladar a otras costas.
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